martes, 19 de enero de 2010

La innovación educativa: un difícil equilibrio.

Extraordinaria intencionalidad desde las aulas
El maestro que asume el reto de innovar en la escuela es aquél que se plantea con más o menos éxito, y con mayor o menor claridad pedagógica y política, la intención de ponerla a tono con las necesidades y expectativas de los niños y su entorno; es aquél que desarrolla estrategias para que sus alumnos aprendan más y mejor, y está atento a su cultura y circunstancia de vida para incorporarlas al proceso de aprendizaje y hacerlo así pertinente. Un maestro innovador se mantiene en el difícil equilibrio entre la realidad y la utopía, entre los problemas y las posibilidades, entre el optimismo y el desaliento. Sin embargo, la experiencia en aulas de escuelas públicas y privadas nos lleva a replantear nuestra visión del rol del docente.

Nuestra visión de maestro no es sólo la de un profesional facilitador de un proceso de aprendizaje. Su característica fundamental es ser un creador de conocimiento pedagógico, entendiendo este rol no sólo como atributo personal o profesional básico, sino como reto cotidiano.

En un país como el nuestro, no bastan solamente las propuestas pedagógicas, estamos obligados a crear cotidianamente recursos educativos para atender a una realidad que nadie puede dibujar como única. En las aulas enfrentamos generalmente problemas muy serios, frente a los que tenemos que generar respuestas.

Crear conocimiento pedagógico implica trabajar con mucha seriedad en un espacio difícil, nos compromete a una capacitación continua. Aun después de salir de nuestros institutos de formación tenemos que encontrar las formas de seguir creciendo en el desarrollo de esta profesión. Al situarnos frente a una propuesta pedagógica no sólo debemos limitarnos a analizar los contenidos a desarrollar, sino indagar qué propuesta de conocimiento contiene, qué planteamientos hace para el desarrollo del proceso de aprendizaje.

La innovación planea fundamentalmente una nueva concepción de aprendizaje, dentro de la cual hay algo que ya está presente en nuestro saber cotidiano. No hay proceso de aprendizaje que no parta de los saberes previos del que aprende y del que enseña, porque es un proceso que involucra a ambos actores, y se orienta a provocar transformaciones en los dos.

El saber previo no es información, es el conjunto de simbolizaciones con las que creemos explicarnos el mundo que nos rodea. Todos manejamos un saber previo, que, cuanto más fuerte sea, más difícil será cambiarlo, porque está conformado por las creencias, convicciones, rechazos y alianzas en las que transcurre nuestra vida cotidiana.

Trabajar el saber previo de nuestros alumnos es todo un reto para quien hace innovación. Pasar de ese saber previo al conocimiento es enjuiciarlo, descubrir si contiene errores o vacíos, si forma certezas. En ese camino difícil donde generamos un nuevo conocimiento, que constituye un nuevo saber. No estoy hablando de la innovación solamente en función de un contenido, sino de lo que supone como problema pedagógico, de conocimiento y de desarrollo.

Fuente:
Revista de Educación y Cultura TAREA. Lima, agosto de 2003

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